¿Qué nombramos cuando decimos danza moderna? Una reflexión abierta
¿Qué imaginas cuando lees “clase de danza moderna”? Tal vez una coreografía expresiva con toques de jazz, música actual y algo de lírica contemporánea. O quizás una pieza potente al estilo de un videoclip, con saltos, giros y emoción escénica.
Lo cierto es que, hoy en día, el término “danza moderna” se utiliza para nombrar estilos muy diversos… aunque pocos estén directamente relacionados con la corriente histórica que realmente llevó ese nombre.
Este texto no pretende corregir usos ni señalar errores, sino simplemente abrir una reflexión sobre el lenguaje que usamos cuando hablamos de danza. Porque lo que nombramos también construye nuestra manera de comprender, transmitir y practicar el arte del movimiento.
Un poco de historia: la danza moderna como revolución
La llamada danza moderna surge como una respuesta a los códigos y limitaciones del ballet clásico. Frente a la forma idealizada, la simetría y la narración estructurada, esta nueva corriente apostaba por una expresividad más auténtica, más humana y más conectada con el cuerpo real.
Lo “moderno” no era solo una cuestión de época, sino una postura estética, filosófica y política.
Figuras como Isadora Duncan, Loïe Fuller, Ruth St. Denis, Martha Graham, Doris Humphrey, José Limón, Katherine Dunham o Lester Horton, entre muchas otras, fueron parte de ese movimiento.
En particular, Martha Graham marcó un antes y un después. Su técnica, basada en el contraction y el release, explora la respiración, la gravedad y la emoción interna como motores del movimiento. Graham creó una forma de moverse y también una manera de pensar y sentir la danza.
De los orígenes al uso actual: un mismo nombre, distintos sentidos
La danza moderna, tal como se desarrolló en la primera mitad del siglo XX, representó una ruptura con los códigos clásicos del ballet. Era una danza que aspiraba a lo esencial, que buscaba un cuerpo auténtico, no idealizado, y que se alimentaba tanto de tensiones internas como de pulsiones sociales. Por eso, fue más que un estilo: fue una declaración de principios, una nueva forma de pensar el arte y el cuerpo en escena.
Sin embargo, a medida que pasaron las décadas, especialmente en Europa y en países como España— el término danza moderna comenzó a desplazarse semánticamente. Pasó de nombrar una corriente histórica con fundamentos técnicos y filosóficos concretos, a convertirse en una etiqueta generalizada para estilos diversos que no encajaban en el ballet clásico, ni en las danzas urbanas, ni en las danzas folklóricas.
Este cambio no ocurrió de forma arbitraria. En muchos contextos de enseñanza no reglada (escuelas privadas, academias, centros de danza recreativa), se buscó una manera accesible de denominar clases coreográficas que incorporaban elementos expresivos, dinámicas contemporáneas y musicalidad moderna. Así fue como danza moderna comenzó a emplearse para designar:
Coreografías de estilo jazz lírico o “contemporáneo comercial”
Composiciones escénicas para competencias de danza
Estéticas cercanas al mundo del videoclip / Tik tok, o el teatro musical (Broadway style)
Lo curioso es que, aunque estas propuestas puedan tener puntos de contacto formales con ciertas búsquedas expresivas de la danza moderna (la emoción, la relación con la música, el gesto como discurso), no responden a la lógica técnica, ni a la genealogía, ni al marco conceptual que definía al movimiento moderno.
Este uso extendido y adaptado del término ha dado lugar a confusiones frecuentes. Por ejemplo, muchos estudiantes que llegan a una clase de danza moderna esperando moverse como en un musical de Broadway o en una coreografía lírica, se sorprenden —o incluso se frustran— al encontrarse con un trabajo técnico centrado en el peso, el suelo, el centro y la respiración, cuando esa clase responde a la línea de Graham, Limón o Humphrey.
Del mismo modo, muchos docentes formados en danza contemporánea o jazz escénico utilizan la etiqueta moderna para facilitar el acceso del público general a su propuesta, sin necesariamente tener intención de vincularla con la historia del modernismo en danza.
Por eso es importante hacer esta distinción: no para invalidar lo que se hace hoy, sino para devolverle profundidad y contexto al término, y así enriquecer tanto la práctica como la transmisión del conocimiento corporal.
¿Y por qué importa todo esto?
Porque el lenguaje no es neutro: las palabras que usamos para hablar de la danza también construyen nuestra manera de enseñarla, de valorarla y de situarla dentro de una historia mayor. Llamar “moderna” a una danza actual con tintes de jazz o lírica no es un “error”, pero sí es una forma de dejar en la sombra a una tradición técnica y artística profundamente transformadora.
La danza moderna del siglo XX fue mucho más que un estilo: fue una respuesta crítica a los paradigmas estéticos dominantes, una búsqueda de autenticidad en el cuerpo, una manera de expresar conflictos internos y sociales sin necesidad de narrativa lineal. Fue un movimiento con fundamento, con ideología, con técnica y con poética.
Cuando ese término se utiliza hoy para describir coreografías sin vínculo con esa genealogía, se diluye la posibilidad de reconocer el contexto histórico y estético que le dio origen. Esto no invalida los estilos actuales, pero sí deja en segundo plano una tradición que transformó profundamente la manera de pensar y practicar la danza.
Acercarse a ese legado —el de Graham, Humphrey, Limón, Dunham, Horton, entre otros— no es una obligación, pero sí una oportunidad valiosa para comprender de dónde vienen muchas de las herramientas, conceptos o sensibilidades que hoy siguen presentes, aunque a veces no se nombren.
Conocer de dónde viene un término no significa anclarse al pasado, sino bailar con más conciencia del presente.Nombrar con precisión es también una forma de cuidar lo que hacemos, de saber de dónde venimos y hacia dónde podemos movernos.
Un cierre, más que una conclusión
Este texto es una invitación a mirar con más atención lo que damos por sentado.
En el caso de “danza moderna”, la pregunta no es solo qué estilo designa, sino qué historia honra, qué cuerpos nombra, qué memorias activa y cuáles deja fuera. Es una pregunta sobre el vínculo entre el lenguaje y la práctica, entre lo que hacemos y cómo lo enunciamos.
Nombrar con conciencia también es una forma de bailar con respeto. No se trata de corregir a nadie, sino de abrir espacio para conocer más, para situarnos mejor, para decidir con mayor libertad desde un lugar informado.
Porque si algo nos ha enseñado la danza moderna —la de verdad, la que surgió como ruptura y como afirmación— es que todo cuerpo tiene historia, todo gesto tiene contexto, y toda forma tiene fondo. Y en ese fondo, a veces, también hay palabras que merecen ser revisitadas.
Referencias
Graham, M. (1991). Blood Memory: An Autobiography. New York: Doubleday.
Franko, M. (2018). Dancing Modernism / Performing Politics. Indiana University Press.
Banes, S. (1987). Terpsichore in Sneakers: Post-Modern Dance. Wesleyan University Press.
Sobre el autor
Luis Esteban Aranda Rodríguez es docente e investigador independiente en danza contemporánea, con especialización en la Técnica Graham. Desde 2010 ha desarrollado una labor continua de estudio, transmisión y contextualización histórica de esta técnica, impartiendo clases y talleres en Bolivia, México, Italia, España y Francia. Actualmente reside en Oviedo, donde ofrece formación regular presencial y online, con un enfoque que integra la práctica técnica con la reflexión crítica sobre la historia y la pedagogía de la danza moderna.